martes, marzo 09, 2010


alejandro cesario - poeta de historias mínimas - buenos aires - argentina





























Poemas del libro: “El Humo de la Chimenea”
Ediciones del Dock, junio 2009.


“Al hermoso pelo ensortijado”

Oigan... Oigan...
¿Hasta cuándo van a seguir lamiendo esas migajas?
No se dieron cuenta de que el viento ya los delató, de que dejó los cadáveres a la intemperie.
La historia sisa retumbando en el pueblo como un bombo legüero.
Estamos solos, pero solos de verdad.
Tenemos una mirada impasible.
Nuestros recuerdos arrastran una saña con un soso olor a tortura.
No me hablen del amor como si fuese un teorema, hasta las luces yacen muertas. Nadie quiere comer esa basura, la miserable sobra del rico. Han logrado extinguir el fuego, lentamente nos van saqueando todo, excepto la miseria.
Oíme... a vos... muérgano, bausano, oligofrénico ¿en serio te creés un ser superior? Tus complejos afloran por las sucias venas como la materia fecal de un pozo ciego desmoronado. Pero si sos un mendicante de la cultura. Tu zafiedad brilla como la luz del sol.
Cuánta mirada deshaciéndose en los escombros de una realidad donde las quimeras vuelan como cenizas por los aires.
Vivimos en la ciudad de los anónimos.
No dejemos que las miserias gobiernen nuestros actos.
No cierres los ojos, por favor... contemplá ese bello pelo ensortijado, cae con una beldad divina.
Me estaba derrumbando como los barrios. Vos espantaste al fantasma de la soledad. ¡Qué hermoso pelo!
No tiembles. Allá afuera está nevando, todo está blanco, parece otro paisaje, menos el humo de la chimenea de la casa de al lado. Yo te protejo del desamor, recuérdalo siempre.
La noche yace quieta. ¡Qué hermoso silencio se apodera del ambiente! Paciencia... hay que saber esperar. Sos como un rayo de sol en pleno invierno abriendo los caminos nevados. Qué pies tan diminutos. Tranquila... yo te protejo del desamor, quizá sea lo extraordinario que pueda darte.
Ya nadie se detiene, seguimos de largo sin sumergirnos en los paisajes. Qué pena...
Qué pueblo sin memoria. La farsa y el mal gusto siguen gobernando nuestras vidas. Los trogloditas nos tienen de rehenes.
Cómo no ha de haber miradas tristes, si propagan emanaciones de pesadumbre y desconsuelo.
Escasea el sortilegio, los sueños, la verdad. Qué se puede esperar de esos corazones congelados, de esas almas laceradas, aturdidas por una balumba mental.
El arte se ha esfumado. El arte es una ruina alimentándose diariamente y en forma histérica. Ya no hay escrúpulos para la blasfemia.
Nos encontramos rodeados por hurtadores que quieren cubrir la avidez que llevan impregnada en sus mugrientas y ceñidas almas. Pero... ¿saben una cosa? su refugio los delata, su misma lacra los ahoga en sus reductos llenos de escorias humanas. Eso sí, logran conmover en forma grosera a un populismo alelado de bajo calibre mental.
¡Por favor...! ¡Detengámonos! ¡Reflexionemos! Ya sé que somos vástagos de un decurso malicioso. Salgamos de este velatorio, mutilemos ese aquelarre que lo único que desea es mostrarnos sus engendros envueltos con una meliflua mortaja llena de bacterias.
Su pelo es suave como la seda, centelleante, desmesuradamente grandioso. Siempre o casi siempre está libre, vuela como una gaviota, el viento de pasada lo acaricia y lo envuelve para otra vez dejarlo en libertad. La verdad, no me canso de observarlo.
Su rostro son vibrantes melodías de acordes sosegados.
Su mirada me acompaña y sus dedos frágiles y diminutos acarician mis quimeras delatando su amor, apaciguando mis temores.
Sus diminutos pies transitan el tedioso camino de mi sensibilidad.
Su ternura es una gama de diversos colores, como un ópalo.
Nos une esa misma luz que irradian sus ojos, sus traslúcidos ojos cargan con más estrellas que el cielo.
Su nombre es un jade invadiendo todas las montañas nevadas.
Eres una criatura con un latido sensible, balbuceas un amor demoledor, tu sexo se desnuda hoja a hoja hasta el infinito.
El tiempo no pudo saquear su fuerza, su voluntad, su hálito.
Eres como las nieves eternas.
Sus lágrimas se deslizan hacia el mundo de la infancia con mucho dolor. Qué pena...
Su alegría tiene el perfume de la vieja locomotora a pila.
Su aura tiene tanta luminosidad y tanto misterio como su pelo ensortijado.
Amor... siempre vas a seguir rielando con un sereno brillo, como la luna.
Amor... menos mal que dejamos caer las mutilaciones de nuestros naufragios.
Nadie debe abandonar su búsqueda.


“La tarde”

El otoño transcurre lentamente.
Otoño… la estación más serena, la de más calma.
Estoy en casa
son las cinco de la tarde,
hora del mate.
El sol entra por la ventana del living
llenándolo a pleno.
Hoy comencé el día con cierta melancolía.
Me cebo un mate.
Suena Zamba Quipildor,
su música me recuerda a las rutas sureñas, nieve, mucha nieve.
Escribo cuando mi voluntad lo disponga.
Mi escritura no responde a nadie,
tan sólo a mí.
Los lectores son muy escasos.
De todas formas voy a continuar escribiendo
y lo pienso hacer hasta el último suspiro.
Me muevo en la vida con mucha discreción,
algo que muy pocos hacen.
¡Qué hermosos son los otoños ablativos!
Canto la canción que está sonando.
Rutas, nieve, curvas y más nieve.
Me cebo un mate.
Abro una vieja revista
y leo un reportaje a un escritor de Río Cuarto.
Marco con un diminuto lápiz negro un párrafo.
Me cebo otro mate.
Como una galletita con dulce de sauco.
Continúo leyendo.
El sol ha dejado de calentar el nido.
Me cebo otro mate
y sigo leyendo…



“Esas diminutas huellas”

Desde la ventana del tren
veo un campo infinito.
El ascenso del sol
le gana al horizonte
a puro coraje.
Toda esa imagen se superpone con el sonido del tren.
Una lamparita,
la última en apagarse
le quita el brillo
a la madera del techo.
El sonido del tren
cada vez es más fuerte.
Desde el convoy
se ve a la heroína locomotora
hendiendo una de las tantas curvas.
Llegamos a algún pueblo.
Tierra… tierra es su olor.
Nenes y nenas pisaban descalzos sus historias,
sus rostros no son de felicidad tampoco de tristeza,
sus diminutos pies van dejando una muy pequeña huella,
la misma que será borrada con la nevada de la noche.
Dos niños juegan a la pelota,
la niña más pequeña hace de arquero,
los arcos son a pura imaginación.
La esperanza se pierde a la noche junto a esas diminutas huellas.
Todo me parece demasiado grande,
como la cordillera que pasa por este olvidado pueblo.


“Sentado en el bar”

Hoy desperté con ganas de leer poesía,
necesito hacerlo desesperadamente.
Recurro a Enrique Molina.
Sentado en el bar de siempre
veo un carrito extremadamente cargado.
Una mujer, acompañada por un nene y una nena,
ambos descalzos,
revuelven la basura.
Las ilusiones hechas añicos.
Un olor a estafa
va cubriendo un triste y caluroso atardecer.
No quiero mendigar nada.
Veo pasar al tiempo
vacío, asesinado.
Éxitos que no son éxitos,
éxitos hundidos en el infierno,
pudriéndose en el alcoholismo y la drogadicción.
Mi mirada se pierde en la calle.
Un manojo de preguntas pasan por mi cabeza.
Alguien toma el colectivo de la línea 39.
Sigo mirando la calle,
la misma que tantas tardes acunó mi soledad.
Los sinsabores se acumulan, leí una vez.
Nunca una historia es huérfana.
Muy pocos confiaron que podía escribir una novela.
La calle es hermosa.
Otro colectivo se detiene,
todo es bastante rutinario.
El barrio ha quedado a merced de unos locos llamados arquitectos
¡al barrio lo han asesinado!
ya no hay poesía en sus calles
se evapora con cada derrumbe.
¡Qué miseria!
Los lameculos se bañan en agua bendita.
Si desea escupa su opinión,
desparrame su mierda
no se la trague, no se llene de rencores,
que el tiempo lo está destrozando,
lo aburre la televisión sumergida en sus tetas falsas
siempre son las mismas, como los jueces ¡qué farsa...!
El tiempo para la gran mayoría es un problema, para mí no.
El ocio es mi amigo, nos llevamos bastante bien,
la lectura se ajusta a la perfección,
la escritura suele aparecer de vez en cuando.
Has dejado pasar el tren, me dicen algunos y otros lo hacen en silencio.
Vendo el reloj Titanium,
No me dan mucho,
lo suficiente para salir corriendo
y comprarle un perfume a Mel.


“Por el barrio”

Jueves,
día nublado, de color amarillo.
Ya es mediodía.
Salgo de casa
y voy a caminar por el barrio.
Las nubes corren furiosamente por el cielo,
cada vez hace más frío, eso me gusta.
Un hippie me pide una limosna
¿será libre el hippie?
nunca creí en ese tipo de libertad.
La gente lo falsifica todo.
La desesperación de sus rostros es la amargura de toda una vida.
Casi todo parece ser una letrina de ridiculeces.
No siento al presente como una ofensa,
suelo ser un espectador anónimo con cierto lujo
leo no menos de 50 páginas al día.
Creo que te faltó soledad...
La locura te ha...
No has viajado,
qué pena, la vida se te va.
Demasiado compromiso social,
Ya sé, es parte del circo, de la comedia diaria.
Los salvadores sociales me repugnan
la palmadita en la espalda métansela en el culo.
Los profesores y maestros
producen un efecto devastador en los alumnos,
con sus pedanterías ahogan,
matan la sensibilidad de cada alumno.
El arte es aniquilado por los docentes a temprana edad,
la palabra pasión les repugna, les causa náuseas.
El docente es el primer peón de un estado asesino.


“La farsa”

El viento se enfurece más y más...
su sonido es como el de una flauta.
El otoño borra el maloliente verano.
Sus diminutos y hermosos pies
se sumergen y pisan el tormentoso pasado.
Miro por la ventana
y percibo que el frío está haciendo estragos,
eso me pone de buen humor,
me da cierto alivio,
como cuando terminé el colegio secundario y concluyó la farsa.
Ya nadie me pregunta si trabajo
se han resignado
aunque de vez en cuando me preguntan si gano plata escribiendo
¿vendiste algún libro? Suelen decir.
La ronda de la envidia nos circunda todo el tiempo,
hay que ignorar todo comentario
se hace tan necesario como respirar.
Diplomacia... diplomacia, el arte de los ricos
para seguir aplastándonos como ratas.
El trabajo es dignidad
¡por favor!
ser esclavo no da dignidad a nadie.
El yugo diario te aniquila.
Vivo en pleno anonimato,
camino mucho, corro bastante, viajo de vez en cuando,
leo todo lo que puedo y hago el amor muy seguido.
Escribo cuando mi conciencia me lo dicta.
De los libros robo todo lo que puedo,
así me muevo en la vida
y no creo que deba hacer mucho más.
Tengo hábitos que no quiero cambiar,
para muchos pertenezco a ese grupo denominado...
¡pero yo les aseguro que no!
soy tan simple como una hoja de otoño.
¡Todavía hay literatura en estado puro!
a ella me aferro sobre su yugular.


“Pedro”

Pegados a las vías del ferrocarril,
se instalaron a vivir diez familias.
Cada una de ellas
levantó una casilla,
que resaltando el buen gusto
todas se parecían bastante.
Dichas casas estaban compuestas de tres elementos:
cartones, chapas y plásticos.
Todos los habitantes
tenían un oficio en común,
que por suerte no era de vocación
sino de pura necesidad, como suele decirse.
Eran cartoneros, años atrás se los llamaba cirujas.
Se alimentaban comiendo algún tipo de guiso,
que en forma milagrosa Pedro se encargaba de preparar.
La solidaridad que reinaba en el ambiente
perfumaba al viejo ombú,
que de tanto respirar los gases tóxicos de los autos se encontraba enfermo.
Pedro era el último en irse a dormir.
Sobre una pila de cuatro colchones,
que le servían de cama, silla y mesa
garabateaba algunas ideas sobre un cuaderno en pésimo estado.
Según solía decir, acariciándose la tupida barba blanca
-todos los días me siento a escribir
es lo único que me llena,
tengo la voluntad de un maratonista.


“Hombre desesperado”

Dos de la tarde.
Compro el último pasaje que queda con destino al Turbio.
Despacho la mochila
y subo al avejentado micro,
me siento en la última fila.
El viaje dura cuatro horas.
Selecciono un CD de música clásica y enciendo el Discman.
Pasando al aeropuerto de Gallegos,
la persona que estaba sentada mi lado dice:
perdoná que te interrumpa pero necesito hablar.
No hay problema, le respondo apagando el Discman.
Tengo ganas de matarme, me lanza el hombre,
pero soy tan cagón que no me animo...
Entonces olvidalo, fue lo primero que me salió decirle.
La charla continuó hasta llegar al Turbio.
Tomamos unas cervezas
y luego de un largo rato
el hombre ya con más ánimo
se fue trepando lentamente
una sufrida callecita
del lejano pueblo minero.


“¿Por qué estaba abierta la puerta?

Siento temblar a la ciudad
¡escucho gritos!
Los oscuros y asquerosos rascacielos
están desnudos.
Escucho el sonido de un tren
eso me da algo de calma.
Los pasillos del subte huelen a fracaso
la gente se atropella sin necesidad.
Algún escupitajo moja una vereda mugrienta,
por mis venas corre algo de melancolía,
no mucha, lo suficiente como para sensibilizarme
ante tanta putrefacción.
No voy a torturarme en pensar en mis horas perdidas.
El recuerdo de la puerta del garaje abierta es imborrable
la muerte se presentó de lleno.


“Una tardecita en la Patagonia”

Seis de la tarde.
El paisaje que tengo de frente son las montañas.
Unas pocas hojas y termino de leer L´ambigú
¡qué obra!
para que los críticos cierren el culo.
Mel y Uli se quedaron en la cabaña alquilada
saben que si no leo me desespero.
¡Bendita soledad! leo, leo, ¡qué milagro!
esa es una de mis bendiciones.
Los árboles parecen haberse enfurecido.
Pocas personas caminan por la calle,
el termómetro colgado de la farmacia de la esquina marca dos grados bajo cero
quizás nieva.
Cinco páginas y termino L´ambigú.
El viento sopla con furia
me hace feliz escuchar al viento,
me pido un té de frambuesa.
Cierro el libro, lo que me resta por leer lo dejo para después de cenar.
Miro las montañas con sus picos nevados
escucho el salvajismo del viento
como queriendo arrastrar todo lo que esté a su paso.